Tengo hambre, un hambre que me consume, que no me deja en paz, cada paso que doy lo hago pensando en saciarla. Cada vez que trato de apartar mi mirada de ese apetecible banquete es como si me fustigara la furia de mi propia debilidad.
No puedo dejar de ver, de oler, de saborear, de morder. Quiero utilizar mis manos para devorar todo cuanto esta servido allí para mí. Siempre que lo obtengo todo, no es suficiente y quiero más. No hay razones validas que me hagan desistir y mucho menos compartir.
Siento que este es mi propósito, que para eso he llegado hasta aquí. No quiero hacer nada, no deseo pertenecer a nada.
No hay amor ni dolor, cada día es exactamente igual al anterior, no hay hora en la que no dese hundir mis dedos en la carne o pasar la lengua por el plato. No necesito modales, quiero ensuciarme, deseo mancharme por completo, lamer mis dedos sin pena, no necesito que nadie me diga que es vergonzoso lo que hago, lo sé y lo disfruto.
Es difícil recordar la última vez que sentí remordimiento, tampoco deseo hacerlo; lo único que me mueve es el deseo de volver a probar, esas ganas irrefrenables por sumergirme en las sensaciones. No hay mejor herramienta para comer que mis propias manos.
Tu eres mi banquete y en ti quiero hincar mis dientes, de ti quiero manchar mi ropa y ensuciar mis manos, no deseo nada limpio, quiero lo mas bajo, lo que me haga mas daño, lo que al día siguiente me haga sentir culpable porque de nuevo tengo deseos de ti, no me sacia el tener tu sabor en mi boca, no me complace saber que estoy hasta el tope, siempre quiero más.
J.D.R 24/10/2011