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Bulevar

Por: J.D Ramirez

La luna brillaba en su esplendor. Yo solo la contemplaba sin prestarle atención al bullicio provocado por la gente en el bulevar, simplemente estaba abstraído en la profundidad del espacio y todo lo que en el se encuentra tan bien resguardado por la distancia.

La noche era fresca y se prestaba para que las parejas de jóvenes caminaran tomados de la mano sin que se les avistara el más mínimo temor por lo que el destino fortuito pudiese aguardarles; en cierto modo es reconfortante verlos tan ensimismados y atrapados por el amor de la juventud, que no les hace falta mas nada en esta tierra que no sea esa otra persona, regocijándose con sus sonrisas y miradas cómplices.

No se cuanto tiempo había pasado en mi devenir, pero decidí levantarme del banco donde me encontraba sentado para ir a tomarme un café a alguno de los tantos locales que se encuentran a lo largo de la caminería.

Habían transcurrido apenas unos minutos desde que comencé a caminar; por mi mente pasaban los recuerdos de aquellos tiempos en los que yo también me entregue a esos amores efímeros de la temprana edad.

Cuando, sin previo aviso, sentí que el mundo se bamboleaba a mis pies, un ligero escozor recorrió todo mi cuerpo, subiendo desde los pies, pasando por el estomago y golpeando mi pecho.

En un abrir y cerrar de ojos sentí como si toda la sangre de mi cuerpo se alojara en mi cabeza y todo lo que se presentaba delante de mi vista no era mas que una mancha borrosa con movimientos que no lograba descifrar. Las voces de los transeúntes no eran más que balbuceos que no tenían coherencia y los gritos de los niños que jugueteaban por los alrededores eran como el pulular de un avispero enardecido. Fue como si hubiese tomado todas mis fuerzas, todo mi aliento, para poder subir una de mis manos hasta mi oído para tratar de mitigar todo ese ruido que me enloquecía.

Mis rodillas flaquearon y sentía como mis dientes castañeaban con la furia de un terremoto. Las lagrimas, sin poderlas contener, recorrían mi rostro. Tenia el cuerpo bañado en sudor, un sudor viscoso que con el fresco de la noche era como un balde de agua fría sobre miles de alfileres clavados por toda mi piel. A pesar de todo esto, no sentía temor, solo un aturdimiento que no me permitía pensar claramente y todas mis ideas revoloteaban en mi mente sin formar un pensamiento concreto. En mis sienes golpeaban los latidos del corazón con un paroxismo sin precedentes y por mis venas era como si circulara el más espeso de los aceites; mi garganta inflamada no me permitía siquiera el tragar saliva, se acumulaba como un caldo en mi boca y espumaba en la comisura de mis labios. Quería gritar pero tenía aferrada a mi cuello una mano invisible que apagaba todo intento por emitir una solicitud de ayuda.

Mientras luchaba por tratar de ordenar mis pensamientos y pedir socorro para tratar de escapar de esa amarga prisión que era mi propio cuerpo colapsando, el mundo me golpeó con todas sus fuerzas en uno de mis costados y pude oler la tierra en el pavimento. En ese instante supe que había caído y seguramente en ese momento estaba tendido en el medio del boulevard, solo que no podía recordar exactamente donde me encontraba, no sabia si habría alguien tratando de auxiliarme, no sentía nada que no fuese esa opresión que venia de mi mismo, de ese cuerpo malévolo que cerraba toda vía de escape hacia un exterior mas amistoso.

En mis oídos sentía el sonido de una turbina que subía y bajaba de intensidad y en mi entrepierna estaba la humedad templada de una micción indeseada. Recuerdo que una de mis manos, o así creo que debía ser, golpeaba mi pecho tratando de mitigar ese dolor y peso que se comparaba a tener la presión de una caja fuerte sobre mi esternón.

Por un breve instante, apenas un segundo, pude oír una voz, la cual reconocí muy claramente porque era justamente mi voz, que me dijo como si fuese un observador impávido, que no pertenece a la obra macabra representada ante sus ojos: - ¡con que esto es lo que se siente morir!

En ese momento fui abrazado por una paz infinita y comprendí que ese tesoro que tanto anhelamos a lo largo de nuestra vida, esa utopía inalcanzable, no la obtenemos si no hasta el instante en que perdemos nuestro ultimo aliento.

JDR. 08/05/2011.